HABÍA UNA VEZ…
Un fuentón
olvidado en la casa de una abuela (también olvidada), en un patio habitado por
chatarras, donde el color que más se veía era el gris.
Doña Carmen
era una viejita muy arrugadita, hermosa y cariñosa; su casa había estado llena
de hijos, nietos y amigos, pero poquito a poco, ella se fue quedando en
compañía de su soledad.
Una mañana,
de esas en las que parece que el sol nos sonríe, Doña Carmen sintió la melodía
de una nueva y dulce voz, que estaba muy cerca… la viejita arrugadita trató de
descubrir de dónde venía, pero sus oídos ya no funcionaban muy bien, entonces
tomó su bastón, para que él la ayude a
escuchar con el corazón… cuando de repente… SPLOPPP… La abuela cayó al suelo al chocarse con una
niña que venía cantando distraída y no vio el fuentón olvidado.
-Perdón señora, es que no la vi, yo sólo… ¡este fuentón!!!
-Shhh- interrumpió la viejita arrugadita, y la niña en un
primer momento se asustó… hasta que vio la sonrisa de la anciana entonces
suspiró aliviada.
-Dígame que puedo hacer para ayudarla, haré lo que usted me
pida: la levanto, le traigo un vaso de agua, le alcanzo su dentadura, llamo a
la ambulancia, ¡¿tiro este fuentón?!!!
-No bella niñita, este fuentón me acompaña hace 100 años y
estaba olvidado, como yo; si vos te lo tropezaste y luego a mí, esto tendrá
algún significado que debemos descubrir.
Y de a poco, con ayuda de la niña, la
anciana logró sentarse en el sillón que estaba ubicado al lado de la puerta de
la casa.
-¿Cómo te llamas?- preguntó.
-Violeta ¿y usted?
-Yo soy Doña Carmen… y ¿qué hacías en mi patio?
-Ay disculpe, no sabía… hoy nos mudamos con mi familia a
este pueblo, a la casa de acá al lado. Nosotros venimos de una gran ciudad,
donde hay de todo y, la verdad, le digo un secreto, pero no se lo cuente a
nadie, este parece un “pueblo fantasma”, esos de las películas de terror!!!
Creo que aquí me voy a aburrir mucho y voy a extrañar todo lo de mi ciudad…-Y
dos lágrimas dejaron caminito en las mejillas rosadas de la niña, como los que
dejan las babosas en las baldosas.
Entonces, dulcemente, Doña Carmen
sentó a Violeta a sus pies, sobre el fuentón que estaba al revés…y empezó a
contarle un CUENTO. Y poquito a poco un tibio rayo de sol hizo desaparecer los
caminitos de babosa en las baldosas.
Y CADA
TARDE…Doña Carmen volvía a escuchar la
melodía de una ya conocida y dulce voz, y el patio se llenaba de color.
Y CADA
TARDE… sentaba a Violeta a sus pies,
sobre el fuentón que estaba al revés.
Y CADA TARDE…un tibio rayo de sol
hacía desaparecer los caminitos de babosa en las baldosas.
© Doris De Lellis
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